Dina se tumbó boca abajo. Cata encima de ella, impidiendo que ella siguiera con su lectura. Con la mata de pelo castaño delante de sus ojos Dina esperó a que Cata decidiera dejar de leer unas cuantas líneas y se quitara de encima.
-¿Un regalo de cumpleaños?¿Qué tiene de especial un regalo de cumpleaños?-bufó, tirándose de espaldas encima de la cama.
Dina cerró el libro y arrugó la nariz.
-¿Y qué no tiene de especial?
-Es una tontería escribir un libro sobre eso.
-¿Tú crees?-preguntó Dina. Su mejor amiga afirmó con la cabeza.-Yo no lo creo, todo el mundo tiene un regalo especial que le encantaría que la hicieran.
-Yo no.-sonrió Catalina, encogiéndose de hombros.
-¿Sabes qué me encantaría? Que él me llevara por la noche hasta un campo solitario, que parezca una broma, que no haya nada. Y de repente, lejos y a la vez cerca, haya una pequeña hoguera, que lo ilumine todo a su alrededor.
“Entonces él sacaría una pequeña bolsa, cesta o baúl, con miles de recuerdos. Y los quemaríamos. Y todo se haría eterno. De repente se convertirían en recuerdos de verdad, porque los tendríamos siempre en la mente. Solamente allí. Y no necesitaría un papel, o un regalo para acordarme de ello.
Después...sonarían cohetes, invadirían el cielo. Y él me daría un paquete y yo sé que dentro estaría el libro de poemas de Pablo Neruda y un vale por una sonrisa suya cada día. Sonaría música y aparecerían todos mis amigos, los de verdad, los tres o cuatro que tengo, cargados con ositos de gominola y lacasitos.”
-¿Nada más?
-No es necesario nada más.
-Te conformas con poco.-se quejó Cata. Alzó las cejas y sonrió.-¿Y quién es la persona que te hará todo eso?
-Aún no lo sé. Pero siempre queda tiempo para conocerle y entonces te avisaré.
-No lo harás.
-No. Los regalos perfectos no se cuentan.-suspiró Dina.-Solo se esperan.
Dina se estiró y volvió a coger su libro. Cata estuvo tentada de volver a tirarse encima ella. Pero le pareció más interesante pensar en su propio perfecto regalo.
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