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viernes, 15 de abril de 2011

Arizona y el amor.


-Déjalo estar, yo le odio, él me odia. Es algo recíproco y satisfactorio.
-¿Has probado en ser más cariñosa?
-Lo fui. Fui romántica durante cuatro mese cumpliendo todos los requisitos, exaltando el amor, viendo películas cursis y poniendo frases ñoñas en twitter.
-¿Y qué tal?
-Mi novio me dejó a las cuatro meses por una rubia que conoció en una discoteca, con tetas más grandes y con una licenciatura honorífica en hacer mamadas. Fui instantáneo. Deje el romanticismo y me apunté a clases de full contact.



lunes, 28 de febrero de 2011

La chica de la que se enamoró el tiempo.

Cuando era pequeña, mi abuela siempre me contaba una historia mientras esperábamos a que se tostaran las galletas. Decía que era joven aún, pero que no debía de pensar solo en príncipes azules y princesas afortunadas.

Se sacudía el delantal y se sentaba en una silla detrás de mí mientras me trenzaba el pelo con sus arrugadas manos. Y entonces, empezaba a hablas sobre un príncipe y una princesa muy diferentes.

Porque cuando él quiso darse cuenta, ya era tarde.

Había caído en manos de la estupidez humana, del único sentimiento capaz de reunir la rabia, el dolor, el cariño, la bondad, el egoísmo, la pasión, la serenidad, la lujuria y el altruismo en si mismo. La locura. El miedo. La tenacidad. Las ganas de cambiar.

El amor.

El tiempo se había enamorado y su ser se desgarraba como nunca lo había hecho.

El tiempo era implacable.

Pero ahora se sentía débil e incapaz.

El tiempo siempre había estado allí.

Pero ni guerras, ni hambrunas o extinciones de los seres más maravillosos le había provocado tanto dolor.

El tiempo se perdía en las horas observándola escondido entre los libros. Vagamente recordaba lo que al mundo le ocurría, pero era capaz de memorizar cada minuto que pasaba con ella.

Su pelo era largo y rojo. La obligaban a llevarlo sujeto para que no se viera el color claramente, pero cada vez que se lo soltaba brillaba libre y se ondulaba alrededor de su cuello con el viento.

Era de piel tostada, con millones de pecas en las mejillas, y el tiempo, tenía tanto para malgastar, que se pasaba cada tarde contándolas.

Cada noche ella tocaba una melodía dulce de flauta.

Cada noche el tiempo se detenía para escucharla.

Mi abuela nunca me contó que problema había en que el tiempo se enamorara. Cada vez que yo se lo preguntaba, ella sonreía y se apartaba de mí, poniéndome como escusa que se le quemaban las galletas.

domingo, 20 de febrero de 2011

Regalo perfecto.

Dina se tumbó boca abajo. Cata encima de ella, impidiendo que ella siguiera con su lectura. Con la mata de pelo castaño delante de sus ojos Dina esperó a que Cata decidiera dejar de leer unas cuantas líneas y se quitara de encima.

-¿Un regalo de cumpleaños?¿Qué tiene de especial un regalo de cumpleaños?-bufó, tirándose de espaldas encima de la cama.

Dina cerró el libro y arrugó la nariz.

-¿Y qué no tiene de especial?

-Es una tontería escribir un libro sobre eso.

-¿Tú crees?-preguntó Dina. Su mejor amiga afirmó con la cabeza.-Yo no lo creo, todo el mundo tiene un regalo especial que le encantaría que la hicieran.

-Yo no.-sonrió Catalina, encogiéndose de hombros.

-¿Sabes qué me encantaría? Que él me llevara por la noche hasta un campo solitario, que parezca una broma, que no haya nada. Y de repente, lejos y a la vez cerca, haya una pequeña hoguera, que lo ilumine todo a su alrededor.

“Entonces él sacaría una pequeña bolsa, cesta o baúl, con miles de recuerdos. Y los quemaríamos. Y todo se haría eterno. De repente se convertirían en recuerdos de verdad, porque los tendríamos siempre en la mente. Solamente allí. Y no necesitaría un papel, o un regalo para acordarme de ello.


Después...sonarían cohetes, invadirían el cielo. Y él me daría un paquete y yo sé que dentro estaría el libro de poemas de Pablo Neruda y un vale por una sonrisa suya cada día. Sonaría música y aparecerían todos mis amigos, los de verdad, los tres o cuatro que tengo, cargados con ositos de gominola y lacasitos.”

-¿Nada más?

-No es necesario nada más.

-Te conformas con poco.-se quejó Cata. Alzó las cejas y sonrió.-¿Y quién es la persona que te hará todo eso?

-Aún no lo sé. Pero siempre queda tiempo para conocerle y entonces te avisaré.

-No lo harás.

-No. Los regalos perfectos no se cuentan.-suspiró Dina.-Solo se esperan.

Dina se estiró y volvió a coger su libro. Cata estuvo tentada de volver a tirarse encima ella. Pero le pareció más interesante pensar en su propio perfecto regalo.


sábado, 12 de febrero de 2011

Capitulo V

La Cadena de Temporibus; La llave.

Cuando Diana despertó a la mañana siguiente lo que más deseaba, en ese momento, era que todo lo ocurrido con anterioridad fuera un simple sueño. Pero cuando alzó los brazos por encima de la sábana para frotarse los ojos recién abiertos, las heridas comenzando a cicatrizarse de aquél pájaro derruyeron todas y cada una de sus esperanzas.

Pero tampoco le ayudaba el quedarse allí tumbada, apiadándose y compadeciéndose de si misma. Salió de la cama, apoyando los talones descalzos sobre el frío suelo y despertando a muchos de sus sentidos de golpe. Corrió hacía el móvil y miró sus últimas llamada.

Allí estaba. La última prueba de que todo era realidad y de que estaban, tanto ella como Adrián, metidos hasta el cuello. Ya podían empezar a nadar con fuerza si no querían ahogarse.


Eran las tres de la mañana y ella aún estaba despierta. Buscaba algo, solo un pequeño hilo del que tirar sobre la cadena de Temporibus.

Cuando pasó ya las siguientes cuatro páginas de Google y se cercioró de que no había más resultados por quinta vez se echó hacía atrás en la silla y cogió el reloj entre sus manos. Parecía de plata, pero Diana nunca había estado muy interesada en joyas y no sabía distinguir entre una de verdad o una falsificación. Y las agujas...¿por qué seguían ese movimiento tan intermitente? Como si fuera una brújula indicando el norte, cuando ella se movía, la aguja pequeña se movía en otro sentido. Pero en cuanto ella se giraba hacía ese lado, marcaba el contrario. Incluso manteniéndose en la misma posición continuaba moviéndose ritmicamente.

Impresionada por el mecanismo, Diana recargó su página favorita ahora en búsqueda de relojes. Los había de todo tipo y de todas las formas. Incluso encontró uno con forma de seta de Mario Bros que le hizo tanta gracia que estuvo a punto de comprarlo para colgarlo en su cuarto. Pero nada que tuviera que ver con relojes + brújulas; relojes + Temporibus; Damocles + relojes... y más búsquedas ridículas que la hicieron abandonar.

A las cuatro menos cuarto su móvil comenzó a sonar. Diana lo miró mientras vibraba en silencio encima de la mesa con curiosidad y miedo. ¿Sería el hombre del museo?¿Una emergencia? Se armó de valor y agarró su pequeño teléfono sin nada especial. Por no tener ese aparatejo, no tenía ni cámara de video.

-¿Si?

-Diana, ¿verdad?-preguntó por la otra línea una voz grave y a la que podía adjetivarse con atractiva. Serían las horas de la noche, pero Diana, o mejor dicho su subconsciente, navegó en la idea de como tendría el pelo, ¿rubio o moreno? Le pegaba más el moreno.-Sabemos que has obtenido algo importante y eso te ha puesto en peligro. Tienes que tener cuidado, habrá un montón de gente que querrá conseguir lo que ese reloj oculta, pero no estas sola.

-Espera, ¿sabemos? ¿Quienes sois?-Diana volvió a centrarse en la conversación y parpadeó.-¿Cómo tienes mi móvil? ¿Y...?

-Antes de que te responda a todas esas preguntas tendrás que conseguir algo más.-le cortó, con una nota de autoridad en su voz. Diana obediente y algo asustada aún se mantuvo en silencio sin una sola queja.-El reloj tiene un secreto muy valioso detrás de él, pero es imposible descubrirlo sin una llave. Tendrás que encontrarla primero, Diana. Después nos encontraremos y te daremos todas las explicaciones posibles. Ten cuidado. Y no mueras.

Colgó, y Diana se quedó con el móvil pegado en el odio como si le hubiera puesto algún tipo de pegamento. Boqueó brevemente, inconscientemente. No lo entendía. ¿Cómo iba a encontrar una llave así, sin más? Sin pistas, sin ayuda, sin nada. Solo con aquél estúpido reloj y la nota que llevaba el día que lo encontró.

El día que lo encontró.

Comenzó a odiar a la familia Beltrán y a su idiotez por meterse en casas ajenas a cuidar de niños.

Diana se levantó, apagó el ordenador y se metió en la cama para descansar. Ya había tenido suficiente en ese día.


Con las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros, sonrió y saludo a la madre de Adrián que la abrió la puerta aquella mañana.

-Hola Diana. Que madrugadora estas hoy, ¿no?-se limpió las manos en el trapo de cocina que llevaba entre las manos y la dejó pasar cerrando la puerta tras ella.-Adrián está arriba durmiendo, puedes despertarlo. Si fuera por él se pasaría todo el día en la cama.

Cuando la madre de Adrián, Elena, volvió a la cocina, Diana corrió escaleras arriba en busca de su mejor amigo. La última habitación del fondo, la suya, era la única cerrada. Diana abrió despacio la puerta y se encontró al chico dormido boca arriba, con las piernas y los brazos abiertos y estirados, sobresaliendo por los lados de la cama que ya le quedaba pequeña. Con la boca abierta y la sábana de Star Wars que tenía desde que era un niño parecía más infantil de lo que Diana ya pensaba. Se acercó y presionó el botón que hacía saltar la alarma del despertador que tenía encima de la mesilla.

Adrián se levantó de un salto, enredándose con la sábana y escurriéndose casi por uno de los lados de la cama.

Diana se apoyó en la pared riéndose con las manos en el estomago. Adrián le dedicó una de esas miradas sombrías de “en cuanto pueda, acabaré contigo”, pero apagó el despertador y se pasó una mano por el pelo para despejarse.

-¿Qué haces aquí tan pronto?-preguntó bostezando.

La sonrisa de Diana se desdibujó suavemente y se hizo un hueco en la silla de Adrián llena de la ropa del día anterior.

-Anoche me llamó alguien contándome algo sobre el reloj.

-¿Damocles otra vez?.-preguntó Adrián poniéndose a la defensiva. Diana se impresionaba de lo rápido que él podía pasar de ser un chico bueno y tranquilo, al que le encantan los dibujos animados, a un completo portero de discoteca. Sonrió para tranquilizarle y sacudió la cabeza.

-No en realidad...no me dijo quién era.-la voz de la noche anterior volvió a su cabeza y le recorrió un escalofrío por toda la columna. Adrián la miró con curiosidad.- Sabían que estábamos en peligro, que habíamos encontrado el reloj y que por su culpa muchos iban a querer arrebatárnoslo. Y...que teníamos que buscar algo más.

Adrián entornó los ojos y sacudió la cabeza.

-¿Qué? ¿Y no pueden llevarse el reloj ellos y encontrar lo que quiera que sea por ellos mismos?-preguntó, aún con el enfado latiendo en su mirada.

-No lo sé. Me dijeron que tenía que encontrar una llave y que después de eso se presentarían.

-¿Nada más?

-No.

Adrián se levantó de la cama descolocando su sábana y apoyando ambas manos encima de la mesa de un golpe.

-Perfecto. Entonces no tenemos ninguna pista, ninguna clave. Nada. Quieren matarnos y lo único que se les ocurre es meternos en una búsqueda de más problemas. Además, ¿quién dice qué no podrían ser unos compinches del tal Damocles del otro día o quién quiera que fuese?

-No lo sé, Adrián. Siento haberte metido en todo esto.

Se levantó de la silla y se encaminó hacía la puerta. Había sido un mal día, lo entendía. Adrián era incapaz de meterse en algún problemas, y ahora ella lo echaba de cabeza a una aventura en la que lo más seguro era que acabaran muertos. Y tenía razón, si ella quería ponerse en peligro por confiar en esa llamada a las cuatro de la noche era su decisión, no la de él. Quería encontrar a su padre, pero su amigo no tenía porque hacerlo.

Los pasos de Adrián la siguieron y la sujetó antes de que saliera de la habitación. Resopló a su lado y volvió a pasarse la mano por el pelo para relajarse.

-No, te dije que te ayudaría y voy a hacerlo. No pienso dejarte sola y si es una locura, pues ya podemos volvernos locos los dos.-el extremo de su labio se alzó divertido y sus ojos verdes brillaron como lo hacían siempre.

-Gracias.-suspiró Diana, más tranquila.- Vístete entonces, vamos a empezar con la búsqueda.

Adrián hizo una mueca y arrugó la nariz.

-¿No puedo dormir un poco más?

miércoles, 26 de enero de 2011

Lo peor de la humanidad





-Seamos sinceros, esto es una mierda. Es tan asquerosa que hasta los mosquitos deciden palmarla antes de compartir nuestra sangre.

Apolo dio una calada a su cigarrillo marca difícilmente identificable y echó la cabeza hacía atrás. Dina se preguntaba porque sus padres habían optado por ponerle ese nombre a su hijo cuando era todo lo contrario al Dios griego. Demasiado delgado y demasiado alto, con el pelo negro siempre de punta intentando taparlo con miles de gorros de colores. Ojos oscuros y mirada afilada, Dina sonreía y tocaba la tierra que tenían a sus pies.

-La humanidad tiene muchas cosas buenas también.-refunfuñó incapaz de evitarlo la pelirroja.

-¿De verdad?¿Dime una? No hay cosa buena que el mundo haya creado para satisfacer las necesidades primarias, más bien lo crean para que el rico sea más rico y el pobre tenga que nadar entre basura para llegar a tener dignidad.

-¿Y qué? Todo el mundo esta de acuerdo.-Dina cogió una hormiga entre sus dedos, que correteo por ellos antes de volver a caer al suelo.- El dinero es lo más importante a estas alturas.

-No es cierto...

-Ya, pero lo dices, no lo cumples. ¿O no desearías tener dinero y poder unirte al club de los pijos? Sé que en tu interior estas deseando tener un poco de esos papeles verdes y poder entrar al campo y hablar con Marta sin sentirte inferior.-Dina ladeó a la cabeza enfadada.-Todo el mundo tiene ideales, pero por muchos que los digas en voz alta no va a ser cierto. Seamos sinceros. Nadie hace nada. Y a los que se dignan a hacer algo...nosotros mismos los juzgamos por meterse donde no deben. Ironía pura y dura.

Apolo resopló desechando humo que podría haber llegado hasta sus pulmones. Odiaba a Dina, por ser la única que podía mantener una conversación con él y quitarle la razón. Porque en el fondo el mismo sabía que no la tenía.

-Digamos que tienes razón, Apolo.-dijo Dina sonriéndole.-El dinero no es lo más importante. Enamorarse es lo que peor puede pasarle uno. Piénsalo, es la única cosa capaz de romper tus ideales, de querer abandonarlos solo porque esa persona se sienta a gusto contigo. Lo abandonarías todo, todo lo que piensas solo con tal de que ella...te dedicara cinco minutos de atención. ¿O no?

Dina se levantó del suelo y camino con las manos metidas en los pantalones hasta el anden del tren que tenían delante.

Apolo no dijo nada. Nunca sabía que responderla a ella.


Mucho tiempo sin aparecer. Lo sé.

Dejadme que lo explique con dos palabras.

Malditos-Exámenes.



martes, 4 de enero de 2011

Una pluma de oro


Era rubia, de ojos claros de un extraño tono gris verdoso. Su físico era espectacular, el típico físico que toda estrella de Hollywood debería tener. Piernas largas, no palillos andantes, si no bastante anchas, lo suficiente como para sostener ese cuerpo delgado pero curvilíneo, con una mezcla entre la figura elegante de las mujeres inglesas, y la sensual curva de la cadera de toda mujer brasileña.
Claro que, por todo eso y por más, Mandy Moore era una diva.
Kevin Limsworth, el representante, giraba entre sus manos la pluma de color negro que muchas veces había soñado en convertirla a un tono mucho más brillante y vistoso. El color dorado del éxito.
Alzó la mirada para ver a su cliente. Mandy Moore se sentaba sin ningún cuidado sobre el sofá de cuero, con las piernas encima de un reposa brazos, dejando ver a la perfección esas piernas, que tanto a él como a muchos otros, le volvían loco.
Kevin no podía pensar eso en aquél momento. Carraspeó mirando con seriedad a la rubia que le ignoraba mientras jugueteaba con su mechero, hasta que esta decidió hacerle el honor de prestarle su atención.
-¿Cómo me has podido hacer eso?-murmuró el representante, ahogándose con su propia saliva y con ganas de tirarse de los pelos.
-¿El qué?-murmuró ella aburrida.-¿Decirle a ese rapero que era un drogata maltratador y que su novia Beyonce no era una mujer de belleza brasileña si no que estaba gorda delante de unas...cuatro millones de personas, o quemarte sin querer el cuero del sillón?-preguntó con total inocencia mientras se mordía el labio inferior.
Limsworth abrió mucho los ojos asustado.
-¿Le dijiste también eso último?-preguntó frotándose con frenesí el pelo.
-No, eso se lo dije en privado, y también le dejé una nota con la dirección y el número de mi gimnasio, por si acaso quería apuntarse.
Y volvió a sonreír. Esa sonrisa que producía millones de premios y de dólares al día.
Mandy había pasado de ser una insolente maleducada una estrella adorada por millones de jóvenes, todo eso, en menos de cuarenta y ocho horas. Pero sus pensamientos y su filosofía no habían cambiado con la fama y allí estaba, dándole vueltas al cigarrillo entre sus dedos, vestida con ese atuendo tan extravagante, sin importarle que todo su muslo quedara al descubierto para la vista de su representante. Total, a Mandy Moore le importaba una mierda ser famosa, lo que pensara su manager y lo que pensara todo ese maldito país de pacotilla.
Clavó su mirada gris verdosa en Kevin Limsworth, su representante, con seriedad.
-Entonces, ¿puedo irme ya?-le pidió después de aguantar durante cinco segundos el mismo silencio.
Kevin asintió, desabrochándose un poco la corbata color lavanda que llevaba aquella noche. Cuando Mandy abrió la puerta, Limsworth golpeó la mesa de madera oscura que formaba su escritorio con esa pluma que jamás sería de oro.
-La tapicería de mi sillón se descontará de tu sueldo, por cierto.-murmuró, alzando la vista de nuevo.
Mandy Moore, la diva, no dijo nada. Cerró la puerta a sus espaldas y se fue, dejando a su representante escuchando como volvían a escaparse el ruido de esos zapatos de tacón de catorce centímetros por los pasillos.
No, esa pluma jamás sería de oro.
Aunque aún conservaba la esperanza de que a Mandy Moore se le encendiera una bombilla.
O conformarse con la plata.