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sábado, 12 de febrero de 2011

Capitulo V

La Cadena de Temporibus; La llave.

Cuando Diana despertó a la mañana siguiente lo que más deseaba, en ese momento, era que todo lo ocurrido con anterioridad fuera un simple sueño. Pero cuando alzó los brazos por encima de la sábana para frotarse los ojos recién abiertos, las heridas comenzando a cicatrizarse de aquél pájaro derruyeron todas y cada una de sus esperanzas.

Pero tampoco le ayudaba el quedarse allí tumbada, apiadándose y compadeciéndose de si misma. Salió de la cama, apoyando los talones descalzos sobre el frío suelo y despertando a muchos de sus sentidos de golpe. Corrió hacía el móvil y miró sus últimas llamada.

Allí estaba. La última prueba de que todo era realidad y de que estaban, tanto ella como Adrián, metidos hasta el cuello. Ya podían empezar a nadar con fuerza si no querían ahogarse.


Eran las tres de la mañana y ella aún estaba despierta. Buscaba algo, solo un pequeño hilo del que tirar sobre la cadena de Temporibus.

Cuando pasó ya las siguientes cuatro páginas de Google y se cercioró de que no había más resultados por quinta vez se echó hacía atrás en la silla y cogió el reloj entre sus manos. Parecía de plata, pero Diana nunca había estado muy interesada en joyas y no sabía distinguir entre una de verdad o una falsificación. Y las agujas...¿por qué seguían ese movimiento tan intermitente? Como si fuera una brújula indicando el norte, cuando ella se movía, la aguja pequeña se movía en otro sentido. Pero en cuanto ella se giraba hacía ese lado, marcaba el contrario. Incluso manteniéndose en la misma posición continuaba moviéndose ritmicamente.

Impresionada por el mecanismo, Diana recargó su página favorita ahora en búsqueda de relojes. Los había de todo tipo y de todas las formas. Incluso encontró uno con forma de seta de Mario Bros que le hizo tanta gracia que estuvo a punto de comprarlo para colgarlo en su cuarto. Pero nada que tuviera que ver con relojes + brújulas; relojes + Temporibus; Damocles + relojes... y más búsquedas ridículas que la hicieron abandonar.

A las cuatro menos cuarto su móvil comenzó a sonar. Diana lo miró mientras vibraba en silencio encima de la mesa con curiosidad y miedo. ¿Sería el hombre del museo?¿Una emergencia? Se armó de valor y agarró su pequeño teléfono sin nada especial. Por no tener ese aparatejo, no tenía ni cámara de video.

-¿Si?

-Diana, ¿verdad?-preguntó por la otra línea una voz grave y a la que podía adjetivarse con atractiva. Serían las horas de la noche, pero Diana, o mejor dicho su subconsciente, navegó en la idea de como tendría el pelo, ¿rubio o moreno? Le pegaba más el moreno.-Sabemos que has obtenido algo importante y eso te ha puesto en peligro. Tienes que tener cuidado, habrá un montón de gente que querrá conseguir lo que ese reloj oculta, pero no estas sola.

-Espera, ¿sabemos? ¿Quienes sois?-Diana volvió a centrarse en la conversación y parpadeó.-¿Cómo tienes mi móvil? ¿Y...?

-Antes de que te responda a todas esas preguntas tendrás que conseguir algo más.-le cortó, con una nota de autoridad en su voz. Diana obediente y algo asustada aún se mantuvo en silencio sin una sola queja.-El reloj tiene un secreto muy valioso detrás de él, pero es imposible descubrirlo sin una llave. Tendrás que encontrarla primero, Diana. Después nos encontraremos y te daremos todas las explicaciones posibles. Ten cuidado. Y no mueras.

Colgó, y Diana se quedó con el móvil pegado en el odio como si le hubiera puesto algún tipo de pegamento. Boqueó brevemente, inconscientemente. No lo entendía. ¿Cómo iba a encontrar una llave así, sin más? Sin pistas, sin ayuda, sin nada. Solo con aquél estúpido reloj y la nota que llevaba el día que lo encontró.

El día que lo encontró.

Comenzó a odiar a la familia Beltrán y a su idiotez por meterse en casas ajenas a cuidar de niños.

Diana se levantó, apagó el ordenador y se metió en la cama para descansar. Ya había tenido suficiente en ese día.


Con las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros, sonrió y saludo a la madre de Adrián que la abrió la puerta aquella mañana.

-Hola Diana. Que madrugadora estas hoy, ¿no?-se limpió las manos en el trapo de cocina que llevaba entre las manos y la dejó pasar cerrando la puerta tras ella.-Adrián está arriba durmiendo, puedes despertarlo. Si fuera por él se pasaría todo el día en la cama.

Cuando la madre de Adrián, Elena, volvió a la cocina, Diana corrió escaleras arriba en busca de su mejor amigo. La última habitación del fondo, la suya, era la única cerrada. Diana abrió despacio la puerta y se encontró al chico dormido boca arriba, con las piernas y los brazos abiertos y estirados, sobresaliendo por los lados de la cama que ya le quedaba pequeña. Con la boca abierta y la sábana de Star Wars que tenía desde que era un niño parecía más infantil de lo que Diana ya pensaba. Se acercó y presionó el botón que hacía saltar la alarma del despertador que tenía encima de la mesilla.

Adrián se levantó de un salto, enredándose con la sábana y escurriéndose casi por uno de los lados de la cama.

Diana se apoyó en la pared riéndose con las manos en el estomago. Adrián le dedicó una de esas miradas sombrías de “en cuanto pueda, acabaré contigo”, pero apagó el despertador y se pasó una mano por el pelo para despejarse.

-¿Qué haces aquí tan pronto?-preguntó bostezando.

La sonrisa de Diana se desdibujó suavemente y se hizo un hueco en la silla de Adrián llena de la ropa del día anterior.

-Anoche me llamó alguien contándome algo sobre el reloj.

-¿Damocles otra vez?.-preguntó Adrián poniéndose a la defensiva. Diana se impresionaba de lo rápido que él podía pasar de ser un chico bueno y tranquilo, al que le encantan los dibujos animados, a un completo portero de discoteca. Sonrió para tranquilizarle y sacudió la cabeza.

-No en realidad...no me dijo quién era.-la voz de la noche anterior volvió a su cabeza y le recorrió un escalofrío por toda la columna. Adrián la miró con curiosidad.- Sabían que estábamos en peligro, que habíamos encontrado el reloj y que por su culpa muchos iban a querer arrebatárnoslo. Y...que teníamos que buscar algo más.

Adrián entornó los ojos y sacudió la cabeza.

-¿Qué? ¿Y no pueden llevarse el reloj ellos y encontrar lo que quiera que sea por ellos mismos?-preguntó, aún con el enfado latiendo en su mirada.

-No lo sé. Me dijeron que tenía que encontrar una llave y que después de eso se presentarían.

-¿Nada más?

-No.

Adrián se levantó de la cama descolocando su sábana y apoyando ambas manos encima de la mesa de un golpe.

-Perfecto. Entonces no tenemos ninguna pista, ninguna clave. Nada. Quieren matarnos y lo único que se les ocurre es meternos en una búsqueda de más problemas. Además, ¿quién dice qué no podrían ser unos compinches del tal Damocles del otro día o quién quiera que fuese?

-No lo sé, Adrián. Siento haberte metido en todo esto.

Se levantó de la silla y se encaminó hacía la puerta. Había sido un mal día, lo entendía. Adrián era incapaz de meterse en algún problemas, y ahora ella lo echaba de cabeza a una aventura en la que lo más seguro era que acabaran muertos. Y tenía razón, si ella quería ponerse en peligro por confiar en esa llamada a las cuatro de la noche era su decisión, no la de él. Quería encontrar a su padre, pero su amigo no tenía porque hacerlo.

Los pasos de Adrián la siguieron y la sujetó antes de que saliera de la habitación. Resopló a su lado y volvió a pasarse la mano por el pelo para relajarse.

-No, te dije que te ayudaría y voy a hacerlo. No pienso dejarte sola y si es una locura, pues ya podemos volvernos locos los dos.-el extremo de su labio se alzó divertido y sus ojos verdes brillaron como lo hacían siempre.

-Gracias.-suspiró Diana, más tranquila.- Vístete entonces, vamos a empezar con la búsqueda.

Adrián hizo una mueca y arrugó la nariz.

-¿No puedo dormir un poco más?

1 comentario:

  1. ¡Me ha encantado! Se nota que has tenido muy en cuenta los detalles de otros capítulos :P Y aquí huele a personajes nuevos dentro de poco!

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