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miércoles, 26 de enero de 2011

Lo peor de la humanidad





-Seamos sinceros, esto es una mierda. Es tan asquerosa que hasta los mosquitos deciden palmarla antes de compartir nuestra sangre.

Apolo dio una calada a su cigarrillo marca difícilmente identificable y echó la cabeza hacía atrás. Dina se preguntaba porque sus padres habían optado por ponerle ese nombre a su hijo cuando era todo lo contrario al Dios griego. Demasiado delgado y demasiado alto, con el pelo negro siempre de punta intentando taparlo con miles de gorros de colores. Ojos oscuros y mirada afilada, Dina sonreía y tocaba la tierra que tenían a sus pies.

-La humanidad tiene muchas cosas buenas también.-refunfuñó incapaz de evitarlo la pelirroja.

-¿De verdad?¿Dime una? No hay cosa buena que el mundo haya creado para satisfacer las necesidades primarias, más bien lo crean para que el rico sea más rico y el pobre tenga que nadar entre basura para llegar a tener dignidad.

-¿Y qué? Todo el mundo esta de acuerdo.-Dina cogió una hormiga entre sus dedos, que correteo por ellos antes de volver a caer al suelo.- El dinero es lo más importante a estas alturas.

-No es cierto...

-Ya, pero lo dices, no lo cumples. ¿O no desearías tener dinero y poder unirte al club de los pijos? Sé que en tu interior estas deseando tener un poco de esos papeles verdes y poder entrar al campo y hablar con Marta sin sentirte inferior.-Dina ladeó a la cabeza enfadada.-Todo el mundo tiene ideales, pero por muchos que los digas en voz alta no va a ser cierto. Seamos sinceros. Nadie hace nada. Y a los que se dignan a hacer algo...nosotros mismos los juzgamos por meterse donde no deben. Ironía pura y dura.

Apolo resopló desechando humo que podría haber llegado hasta sus pulmones. Odiaba a Dina, por ser la única que podía mantener una conversación con él y quitarle la razón. Porque en el fondo el mismo sabía que no la tenía.

-Digamos que tienes razón, Apolo.-dijo Dina sonriéndole.-El dinero no es lo más importante. Enamorarse es lo que peor puede pasarle uno. Piénsalo, es la única cosa capaz de romper tus ideales, de querer abandonarlos solo porque esa persona se sienta a gusto contigo. Lo abandonarías todo, todo lo que piensas solo con tal de que ella...te dedicara cinco minutos de atención. ¿O no?

Dina se levantó del suelo y camino con las manos metidas en los pantalones hasta el anden del tren que tenían delante.

Apolo no dijo nada. Nunca sabía que responderla a ella.


Mucho tiempo sin aparecer. Lo sé.

Dejadme que lo explique con dos palabras.

Malditos-Exámenes.



martes, 4 de enero de 2011

Una pluma de oro


Era rubia, de ojos claros de un extraño tono gris verdoso. Su físico era espectacular, el típico físico que toda estrella de Hollywood debería tener. Piernas largas, no palillos andantes, si no bastante anchas, lo suficiente como para sostener ese cuerpo delgado pero curvilíneo, con una mezcla entre la figura elegante de las mujeres inglesas, y la sensual curva de la cadera de toda mujer brasileña.
Claro que, por todo eso y por más, Mandy Moore era una diva.
Kevin Limsworth, el representante, giraba entre sus manos la pluma de color negro que muchas veces había soñado en convertirla a un tono mucho más brillante y vistoso. El color dorado del éxito.
Alzó la mirada para ver a su cliente. Mandy Moore se sentaba sin ningún cuidado sobre el sofá de cuero, con las piernas encima de un reposa brazos, dejando ver a la perfección esas piernas, que tanto a él como a muchos otros, le volvían loco.
Kevin no podía pensar eso en aquél momento. Carraspeó mirando con seriedad a la rubia que le ignoraba mientras jugueteaba con su mechero, hasta que esta decidió hacerle el honor de prestarle su atención.
-¿Cómo me has podido hacer eso?-murmuró el representante, ahogándose con su propia saliva y con ganas de tirarse de los pelos.
-¿El qué?-murmuró ella aburrida.-¿Decirle a ese rapero que era un drogata maltratador y que su novia Beyonce no era una mujer de belleza brasileña si no que estaba gorda delante de unas...cuatro millones de personas, o quemarte sin querer el cuero del sillón?-preguntó con total inocencia mientras se mordía el labio inferior.
Limsworth abrió mucho los ojos asustado.
-¿Le dijiste también eso último?-preguntó frotándose con frenesí el pelo.
-No, eso se lo dije en privado, y también le dejé una nota con la dirección y el número de mi gimnasio, por si acaso quería apuntarse.
Y volvió a sonreír. Esa sonrisa que producía millones de premios y de dólares al día.
Mandy había pasado de ser una insolente maleducada una estrella adorada por millones de jóvenes, todo eso, en menos de cuarenta y ocho horas. Pero sus pensamientos y su filosofía no habían cambiado con la fama y allí estaba, dándole vueltas al cigarrillo entre sus dedos, vestida con ese atuendo tan extravagante, sin importarle que todo su muslo quedara al descubierto para la vista de su representante. Total, a Mandy Moore le importaba una mierda ser famosa, lo que pensara su manager y lo que pensara todo ese maldito país de pacotilla.
Clavó su mirada gris verdosa en Kevin Limsworth, su representante, con seriedad.
-Entonces, ¿puedo irme ya?-le pidió después de aguantar durante cinco segundos el mismo silencio.
Kevin asintió, desabrochándose un poco la corbata color lavanda que llevaba aquella noche. Cuando Mandy abrió la puerta, Limsworth golpeó la mesa de madera oscura que formaba su escritorio con esa pluma que jamás sería de oro.
-La tapicería de mi sillón se descontará de tu sueldo, por cierto.-murmuró, alzando la vista de nuevo.
Mandy Moore, la diva, no dijo nada. Cerró la puerta a sus espaldas y se fue, dejando a su representante escuchando como volvían a escaparse el ruido de esos zapatos de tacón de catorce centímetros por los pasillos.
No, esa pluma jamás sería de oro.
Aunque aún conservaba la esperanza de que a Mandy Moore se le encendiera una bombilla.
O conformarse con la plata.